Obertura de Guillermo Tell

En 1824, Gioachino Rossini abandonó su Italia natal para fijar su residencia en Francia, contratando con el Gobierno francés la composición de una gran ópera para la Ópera de París. Se decidió por la famosa obra de Friedrich von Schiller Wilhelm Tell, que trataba de la revuelta de los cantones forestales suizos contra el opresivo dominio de la dinastía de los Habsburgo. Superestrella del mundo de la ópera, había amasado suficiente fortuna para asegurarse un futuro totalmente desahogado y empezaba a pensar en la jubilación anticipada, pero le quedaba una última obra maestra. "Tell es la primera [gran] opéra que Rossini ha escrito expresamente para el escenario francés", informaba un periódico parisino en septiembre de 1828, cuando Rossini había empezado a trabajar en la pieza, "y quizá sea la última de sus composiciones, ya que ha manifestado la intención de desprenderse de su pluma y retirarse... para disfrutar en paz de su gloria y de su bien ganada fortuna".

Guillaume Tell rara vez se produce debido a su desmesurada duración, pero su obertura se convirtió rápidamente en un elemento habitual de los conciertos. Mientras que la mayoría de las oberturas de Rossini tienen poca relación con la acción de sus óperas, ésta está estructurada en cuatro episodios autónomos que prefiguran específicamente la acción -y parte del contenido musical- que seguiría. Se abre con una descripción pastoral de la campiña suiza, que comienza con la imaginativa orquestación de cinco violonchelos solistas; Hector Berlioz estaba especialmente enamorado de estas páginas, que según él sugerían el "silencio de la naturaleza cuando los elementos y las pasiones humanas están en reposo". Sigue una tormenta en el lago, una bucólica ranz des vaches (melodía de pastores) interpretada por un solo de corno inglés con una flauta de pájaros gorjeando por encima, y una animada sección final que se convertiría en una de las melodías más famosas de la música clásica.

Concierto para piano n.º 20 en re menor, K. 466
Allegro
Romance
Rondo: Allegro assai

Sinfonía nº 5 en do menor, Op. 67
Allegro con brio
Andante con moto
Allegro [attacca]
Allegro

Ninguna obra del canon orquestal ha sido analizada y discutida más exhaustivamente que la Quinta Sinfonía de Beethoven, pero la familiaridad no la ha hecho menos potente. Escribió Robert Schumann: "No importa la frecuencia con que se escuche, ya sea en casa o en la sala de conciertos, esta sinfonía ejerce invariablemente su poder sobre las personas de todas las edades, como esos grandes fenómenos de la naturaleza que nos llenan de temor y admiración en todo momento, sin importar la frecuencia con que podamos experimentarlos."

En esta música podemos imaginar el estado de ánimo de Beethoven durante el periodo de cuatro años en el que escribió esta sinfonía. Estaba perdiendo el oído, una gran adversidad para cualquiera, pero una catástrofe para un músico. En marzo de 1808, más o menos cuando terminó esta obra, una fuerte infección amenazó con hacerle perder un dedo, lo que habría supuesto un desastre aún mayor para un músico muy apegado al teclado. Se vio rodeado de un clima político nervioso mientras Viena se doblegaba bajo la ocupación napoleónica a partir de noviembre de 1805. A finales de 1807 se vio rechazado en el amor, y su vida personal fue en general caótica: en el transcurso de 1808 se mudó a no menos de cuatro apartamentos. Pero también había un lado más tranquilo en su ser. Con frecuencia se escapaba a los parques suburbanos y a la campiña que rodea Viena; ahí es donde imaginamos al compositor cuando escuchamos su Sexta Sinfonía, la Pastoral, que fue aproximadamente coetánea de la Quinta. No nos equivocamos necesariamente al suponer que en la Quinta Sinfonía de Beethoven residen matices biográficos, pero no debemos ser ciegos ante la amplitud de caracteres que abarcan. Al fin y al cabo, se trata de una obra única, como lo son todas las obras maestras de Beethoven, un vehículo en el que el compositor explora y resuelve retos estrictamente estéticos que él mismo se ha impuesto.